EL CONDE ARANDA

 

EL CONDE DE ARANDA
Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, es una de las figuras m�s portantes que Arag�n ha dado a la Historia pol�tica de Espa�a, llegando a ser Presidente del Consejo de Castilla desde Marzo de 1.766 hasta Julio de 1.773.
Nadie,despues del Rey, concentraba m�s poder.
Este aragon�s, nacido en el castillo de Si�tamo (Huesca), un primero de Agosto de 1.719, muri� en su palacio de Epila el 9 de Enero de 1.798, a las cuatro de la tarde , y seg�n se sabe de una pulmonia. Su �nico hijo Luis Augusto, mor�a en 1.755, su hija Maria Ignacia lo hacia en 1.764, su nieto Luis Joaquin en 1.767, y la de su primera esposa Ana Mar�a Fernandez de Hijar en Enero de 1.784.
El 14 de Abril de 1.784,decide volver a casarse con su sobrina nieta Maria Pilar Fernandez de Hijar de 17 a�os, el iva para los 65, en un intento de dejar heredero del legado a los Aranda; hecho que no aconteci� por lo que la Casa de Aranda pasa a formar parte de la de Hijar.
La carrera militar es la vocaci�n por antonomasia de Pedro Pablo. Tras una fulgurante carrera de ascensos, Coronel a los 21 a�os, Mariscal con 27, Teniente General con 36 y Capitan General con 44; hay que a�adir una frustraci�n por no recibir de sus monarcas (Carlos II y Carlos IV) protagonismos b�licos, a excepci�n de la gerra contra Portugal en 1.762. En cambio s� se le aprovechar�a para menesteres pol�ticos y diplom�ticos, que �l, con un gran patriotismo llevar�a con toda dignidad; (Embajador en Portugal en 1.755; en Polonia en 1.760 en Francia durante 14 a�os 1.773 a 1.787).
Tambi�n ser� requerido para la ejecuci�n material, que no siempre ideol�gica, de algunos acontecimientos que pusieron en jaque a la monarqu�a como el aplastamiento del motin contra esquilache en 1.766, o que la pod�an desestabilizar como la independencia de actuaci�n de los Jesuitas que acab� con su expulsi�n en 1.766.
Aclarar que el Conde de Aranda tan solo tuvo el papel de, que todos los Jesuitas fueran embarcados y expulsados de Espa�a; siendo los inductores del extra�amiento jesu�tico el Duque de Alba, el padre Osma, los ministros Roda y Grymaldi,y el fiscal Campomanes.
Durante m�s de siete a�os (1766-1773), reinando Carlos III, Pedro Pablo fue Presidente del Consejo de Castilla, y estar en lo m�s alto con Carlos IV a partir de Febrero de 1792, llegando a ser Decano del Consejo de Castilla y Presidente interino de la Secretar�a de Estado.
A partir de este a�o, le obligaron a dejar la presidencia y en marzo de 1794 fue desterrado de la corte de Madrid. Ja�n, Granada, Alhama, Sanlucar y finalmente Epila, a �ltimos de 1795, ser�an los puntos de marginaci�n del viejo Conde.

Y aqu�, a Epila, es donde llegamos para hablar de su muerte y testamento.
Aranda ten�a el genio tozudo y acalorado para defender sus ideas,"hombre de gran genio.." como dec�an sus contemporaneos; fumador empedernido de tabaco rap�, de gran capacidad de trabajo con 8 a 10 horas diarias encerrado en su despacho, preocup�ndose de temas de estado como de administracci�n de sus posesiones; poco agraciado fisicamente: fea nariz, estrabismo en el ojo derecho, cuello ladeado.. y 1,71 de altura, pero, parad�jicamente de gran exito con las mujeres.
Este Aragon�s profes� gran amor por su tierra chica, impulsando el Canal Imperial, la sociedad Econ�mica Aragonesa de Amigos del pa�s y otras muchas cosas.
El d�a 9 de Enero de 1.798, muri� el Conde de Aranda en su palacio de Epila y ese mismo d�a dej� firmado con unos trazos casi ilegibles su propio testamento.
Su cuerpo finado fue solemnemente vestido con el traje de Capitan General del Ej�rcito y con todos los distintivos de Grande de Espa�a de 1� clase, de Caballero de la insigne Orden del Tois�n de oro y del Santo Esp�ritu, y colocado en una de las salas bajas de dicho palacio.
Al d�a siguiente a primera hora de la ma�ana la condesa viuda Maria Pilar Silva y Palafox , solicit� que se testificase la muetrte del hasta entonces su marido requerimiento al que se prestaron el notario Antonio Vicente de Ezpeleta, el infanz�n Eugenio Estepa y el estudiante manuel de Vera, todos epilenses y concluyeron en estas palabras: "Visto y reconocido por nosotros dicho cadaver, hallamos y conocimos que era dicho Excelent�simo se�or don Pedro Pablo Abarca de Bolea Ximenez de Urrea, Conde de Aranda a quien ten�amos tratado de vista y personal comunicaci�n, el cual en nuestra comprensi�n carec�a de esp�ritu vital."
El mismo d�a 10 de Enero a las 9 de la ma�ana, todo el capitulo eclesiastico de Epila se reuni� en el sal�n grande del palacio condal con el objeto de concelebrar el acto p�blico de la defunci�n de Pedro Pablo ( el acto fisico se celebrar� en el Monasterio de San Juan de la Pe�a , como veremos).
Y dicho cap�tulo se compon�a de 5 racioneros, 14 beneficiados y el p�rroco Ignacio Bona, los cuales con la entonaci�n de un salmo pausado y pomposo anunciaron el inicio de la procesi�n f�nebre hacia la iglesia de Santa Mar�a la Mayor.
Y como hemos averiguado el recorrido se inici� en el bajo palacio, para luego seguir por la calle larga, calle nueva del capitulo eclesial y ya a la Iglesia.
En la procesi�n estuvieron presentes la mayor�a de los epilenses de la �poca; adem�s de ser su se�or natural, todos sab�an de la importancia hist�rica del personaje que estaba dentro de ese rico y adornado ataud.... Tambien hicieron acto de presencia las cofradias de la villa las comunidades de religiosos agustinos y capuchinos, y los confesores de las monjas concepcionistas.
Curiosamente, los religiosos se colocaron dentro de la procesi�n por un estricto orden de antiguedad.
El cuerpo del conde desfilaba dentro de tan mayoritario acompa�amiento, inmediatamente detr�s todos los curas con el parroco Bona a la cabeza .Luego, unos metros m�s retrasados, figuraban las principales autoridades y de la forma siguiente. En el lugar central iva Joaqu�n Gargallo, alcalde mayor y Abogado, yendo a su derecha Valero Enguera, alcalde primero, y a su izquierda Manuel Garc�a, alcalde segundo. Siguiendo al alcalde mayor y llevando el duelo en nombre de la condesa viuda, que prefiri� no ir en la procesi�n, caminaba el racionero Pablo Marc�n, el secretario Juan Mallada y el familiar Mart�n Fernandez de Mi�ano; la estela del alcalde primero era seguida por Jos� Sardi y Juan Antonio Romanos regidores, Antonio Roy, diputado y Joaquin Acancio, sindico procurador; y sin perder comba respecto al alcalde segundo nos encontramos a Manuel Cobos e Ignacio Lorente, regidores, Joaqu�n Sarto , diputado y Antonio Lanza secretario del Ayuntamiento. Todos los nombrados asistieron al oficio de difuntos que se celebro en la iglasia, en los bancos principales y acondicionados para tal fin.
El mismo d�a de su muerte se abri� el testamentoque el anciano conde hab�a firmado horas antes y en presencia de sus cuidadores, es decir, el m�dico zaragozano Pedro Tomeo Arias y el cirujano epilense Bernardo Vicente Maenzo, adem�s, como es de rigor,de un notario que en estos momentos finales de Aranda siempre fue Antonio Vicente Ezpeleta.
En las disposiciones testamentarias de Pedro Pablo, no muchas por cierto,observamos una mezcla entre las que responden a formulas protocolarias seg�n los Fueros de Arag�n y las que, l�gicamente, tienen un caracter personal y privado. Hagamos un trayecto por sus �ltimos designios. La primera disposici�n no nos llamar�a apenas la atenci�n si el conde no hubiera sido acusado , en diferentes momentos de su vida, de impio y ateo. Aseveraci�n que no responde a la verdad, pues si bien no profesaba ostentosamente de la fe cat�lica, si cre�a y la llevaba "a su manera".
Y dicha formulaci�n aceptada y firmada por �l mismo dec�a as�: " Encomiendo mi alma a Dios, nuestro Se�or, creador de ella y humildemente le suplico que, pues la redimi� con su sant�sima sangre, se digne colocarla con sus santos en la gloria".
Y en la siguiente de sus voluntades ya manda que su cuerpo sea enterrado cristianamente y sin pompa alguna en el Monasterio de San Juan de la Pe�a (Huesca). Punto �ste del que veremos m�s adelante.
El Conde de Aranda tambi�n quiso que la parroquia de Epila, y de rebote su villa de Epila, como centro neuralgico de sus posesiones en Arag�n, no perdiera importancia en su último adios, por lo que expresamente encarg� a su esposa Maria Pilar, que los sufragios despues de su muerte, se hicieran en la iglesia de Santa Mar�a la Mayor de Epila, y ya hemos visto, anteriormente, como tal orden as� se cumpli�.
A continuaci�n, encontramos unos mandados que los podemos encuadrar perfectamente dentro de la ret�rica testamentaria foral.
Veamoslos. Pedro Pablo, desea que se le paguen todas sus leg�timas deudas. Igualmente quiere que se le den 10 sueldos jaqueses a cada persona de las que presum�blemente tengan alg�n derecho sobre sus bienes, incluyendose los inmuebles como los m�viles.
Y en �sta misma l�nea nos aparece la voluntad del conde, de que todos los escritos sobre distribuci�n de sus bienes, estando entre sus papeles y firmados de su mano pasen a formar parte de su legal testamento.
La Condesa viuda qued� constituida como �nica heredera universal de todos los bienes de su marido, pudiendo disponer de ellos a su entera voluntad y sin cortapisa alguna, excepto si hay alg�n bien vinculado de antemano que deber� de ir a quien corresponda.
Y dicha Maria Pilar quedar�a beneficiada de 500.000 reales de vell�n en met�lico, al igual que el conjunto de familiares de ambos esposos disfrutando de otro medio mill�n de reales de donaci�n a proporci�n de su importancia y "status" social.
Otras concreciones tienen un caracter piadoso y de solidaridad con sus fieles sirvientes; como s�n los 100 duros de limosna de una sola vez para el Hosp�tal de Gracia de Zaragoza, o la preocupaci�n mostrada para que su alcalde mayor, escribano del juzgado y administrador, todos referentes a Epila, tengan pagada de por vida la vivienda si viven fuera de palacio.
Finalmente quedaron nombrados como ejecutores testamentarios tres poersonas de la entera confianza de Pedro Pablo. a saber: su mujer Maria Pilar, el vicario general del arzobispado de Zaragoza y el de�n de la misma archidiocesis, investidos de todo el poder que para el perfecto cumplimiento de su labor necesitaren. Una vez terminadas las exequias de la ma�ana del 10 de Enero, el cuerpo sin vida del Conde de Aranda qued� listo para iniciar su viaje hacia el Monasterio de San Juan de la Pe�a para que sus restos descansaran definitivamente, como �l lo quer�a, junto con los de los Reyes de Arag�n y con sus antepasados los Abarca de Bolea.
La comitiva encargada por la condesa viuda de transportar el cadaver estaba formada por Jos� de Guerra, caballerizo de los condes ,Pablo Marc�n, racionero y Antonio Vicente de Ezpeleta, notario.
El ataud se meti� en una caja realizada para tal fin y cerrada con llave, la cual qued� en poder de Jose de Guerra. El cura Ignacio de Bona y parte del cap�tulo eclesiastico-cinco racioneros y nueve beneficiados- despidieron al cadaver y a los viajeros en la puerta de Santa Mar�a, eran las 12 horas y cuatro minutos de esa solemne y recordada ma�ana.
El viaje al Monasterio dur� tres d�as con dos escalas. La primera en Zaragoza donde se a�adi� a la comitiva Manuel Marc�n, contador del difunto Aranda; y la segunda en la villa oscense de Ayerbe.
El final del trayecto tubo lugar a las 8 horas treinta minutos de la noche del d�a 12 de Enero, siendo recibido a repique de campanas y con multitud de antorchas encendidas.
All� era esperado por todo el claustro de frailes: fray Miguel de Nicuesa, Abad fray Benito de Ara, prior del claustro y de Ruestra. fray Jos� Benito Perera, prior de Luesia. fray Francisco Mariano Allu�, prior de Naval. fray Mateo I�iguez, prior de acumuer. fray Demetrio Meavilla, prior de Salvatierra. fray Miguel Ot�n, secretario capitular y archivero. fray Francisco Portella. fray Benito Jaraba. fray Salvador Aznar. fray Mariano Lagrava. fray Antonio Clemente, monje supernumerario.
Y all� estaban tambi�n cumplimentando la recepci�n los infantes Vicente Labarta, Pedro Jos� Nolasco y Jos� Antonio Aquillu�. Todos ellos, formando una procesi�n y cantando un sentido miserere, acompa�aron al cadaver por los bonitos claustros de San Juan de la Pe�a hasta quedar depositado en la capilla de Nuestra Se�ora del Pilar, que estaba magn�ficamente iluminada y preparada para tan insigne visitante.
El 14 de Enero Pedro Pablo Abarca de Bolea era enterrado en San Juan de la Pe�a y colocado en un sarcofago al pie del pante�n de los reyes de Arag�n, exactamente junto al del rey Sancho Abarca, " en la entrada de la iglesia alta del monasterio antiguo".
Su deseo p�stumo que ya databa el 4 de Septiembre de 1.786 cuando escribi� desde Par�s al monasterio manifestando su intenci�n, se hab�a cumplido.
Todo el claustro de monjes y los infantes cantores, as� como la mayor parte del cabildo de Jaca, lo despidieron en el �ltimo oficio f�nebre, cuya celebraci�n fue presidida por el abad fray Miguel Nicuesa.
La comitiva, cumpliendo su objetivo, dispuso su regreso a Epila. Muchos particulares e instituciones lamentaron su muerte, una de estas y de forma especial la Real Sociedad Econ�mica Aragonesa.
El conde de Aranda hab�a terminadso su misi�n, ahora le tocaba a la Historia colocarlo en su verdadero y justo lugar.
A nosotros nos ha dejado su huella.
Pedro J.Lopez Correas ( Historiador) De la publicaci�n "X Conde de Aranda" Bicentenario de su muerte".


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